I
Me habían informado de la muerte de Jess el día
de ayer. Aparentemente fue violada y mutilada por el agresor, el cual escondió
sus restos en un terreno abandonado cerca del lugar donde ella vivía. Jess y yo
éramos amigos desde la infancia, estudiamos nuestro colegio y universidad juntos
y siempre me gustó, aunque nunca hice esfuerzos para demostrárselo. El día en
que me informaron de su muerte no lo podía creer y más aún por la manera en la
que había muerto. Cuando desapareció y las autoridades comenzaron a investigar
vinieron a verme a mi casa, era lógico que yo pudiese servirles de ayuda –o eso
suponían ellos-, al ser un amigo tan cercano, yo les dije que posiblemente se
habría ido con alguno de sus otros compañeros en uno de esos viajes locos en
los que ella siempre se metía, pero según me informaron hacía cinco días que no
hablaba con sus padres, cosa que era extraña, porque pese a que tenía esta
personalidad atrevida y extrovertida, que según yo había adquirido desde que
entró a estudiar Filosofía en la Universidad, nunca dejaba de hablar con sus
padres. Por mi parte, pese a que los dos estudiábamos en la misma Universidad
yo ingresé en Derecho y se puede decir que tomamos caminos separados, pero siempre
seguimos en contacto.
Luego de la visita que realizaron a mi casa los uniformados se fueron,
yo habría dado todo por brindarles más ayuda, pero dadas las circunstancias era
poco lo que podía hacer. Traté de darle aliento a los padres de Jess, les decía
que todo estaría bien, que pronto entraría por la puerta de su casa dando
gritos y maldiciendo por el alboroto armado, nos diría que no tenía señal, que
se había ido a las montañas a encontrarse con ella misma o algo así y todo,
lentamente, volvería a la normalidad, pero no fue así, los cinco días se
hicieron diez, veinte y nada de información sobre ella. La cosa cada vez
pintaba peor y yo, de la preocupación, comencé a bajar de rendimiento en la
Universidad, perdí los parciales que estaban programados para esos días y
posiblemente me tocaría repetir ese semestre, sin embargo todos comprendían el
motivo de mi aflicción, pero era poco lo que podían hacer.
La
vida de Jess era “enigmática”. Pese a tener una excelente relación con sus
padres siempre que iba a salir lo informaba de una manera ambigua, que hacía
pensar que, o estudiaría o, que se iría a fumar marihuana, era bastante
extraño, pero dado que nunca presentó problema alguno sus papás no le daban
importancia. En realidad yo sabía qué hacía. Los miércoles, jueves y viernes
siempre salía con Jaime, su novio o “amigo especial”, como le gustaba decirle a
ella e iban a cine, se quedaban toda la tarde viendo películas y luego iban a
la casa de Jaime, donde supongo yo tenían sexo, se amaban bajo la luz roja de
la lámpara de él y ya, hacía las 12 de la noche Jess salía caminando a su casa,
siempre discutiendo con Jaime porque él quería acompañarla pero ella no se
dejaba. Esto yo no lo había dicho a las autoridades, lo recordé dos días
después de la visita y lo primero que hice, antes que ir y decirles, fue llegar
a la casa de Jaime. Él estaba destruido, no sabía qué más hacer, había puesto
carteles en los postes de todo el barrio, había salido en televisión, incluso
había pagado por unas publicaciones en periódicos de amplia circulación y nada,
nada de Jess. Estando ahí, en su casa, tomamos asiento y comencé a preguntarle
sobre la última vez que había estado con ella. Me respondió que el sábado, a
eso de las 7 de la noche, ella había pasado por él en un taxi y habían salido a
comer al centro, luego fueron a rumbear a una de las discotecas de la Media
Luna y más pronto que tarde se habían devuelto a la casa de Jaime, con una Jess
semiborracha y alborotada, usando la palabra exacta de Jaime. Salió de su casa
como siempre, a las 12 y se fue caminando.
Luego de haber salido de su casa me dirigí a la estación de policía a
dar la nueva información, les dije que Jess salía los miércoles, jueves y
viernes a esto y a aquello (obviamente omitiendo detalles como su vida sexual
activa y sus escapadas al cine, para protegerla de sus padres, pensando yo en
mi inocencia que ella iba a aparecer) y les esbocé someramente cuál era el
camino que ella recorría. Ese mismo día el Fiscal que estaba a cargo del caso
dio órdenes a agentes para que hicieran un rastreo y ahí encontraron la primera
pista luego de un mes en el que todos estaban con el alma en la boca:
encontraron su reloj.
II
A partir de ese momento la investigación tomó
otro rumbo. Nos informaron a los familiares cercanos que existían varias
posibilidades: 1) que la hubiesen secuestrado, la cosa menos probable, según
nos dijo el agente, porque ya habrían llamado a los familiares para pedir dinero
o lo que fuera por el rescate; 2) Jess había sido víctima de hurto y andaría
perdida por las calles de la ciudad. En esta hipótesis el agente nos explicó
que se estaba haciendo famoso un modos
operandi en el que los ladrones drogaban a la víctima, le despojaban de las
pertenencias y la abandonaban en un barrio lejano al punto donde la habían
asaltado y; 3) Había sido asesinada y habría que pasar de buscar a una persona
a buscar a un muerto. El agente, al igual que con la primera, desvirtuó la
segunda hipótesis por el tiempo que había pasado desde el momento de la
desaparición hasta ese día así que quedó solo la tercera y más dolorosa de
todas: su muerte.
La
madre de Jess lloró desconsolada, Jaime también y de ese modo lo hice yo. El
padre de Jess lo tomó con un estoicismo digno pero todos en esa sala sabíamos que
él era quien peor la llevaba. Existía una posibilidad muy grande de que su bebé
estuviera muerta. Pese a esto el agente nos dijo que guardáramos esperanzas,
que le rezáramos a Dios, a la Virgen o a quien sea, que tal vez él se
equivocaba y eso mismo deseaba con todas sus fuerzas.
Los
policías me hicieron otra visita, tomaron mi declaración sobre toda la
información que tuviera sobre Jess, sobre nuestra relación, sobre el cómo la
conocía, sobre nuestra pelea… Les dije todo y que cualquier cosa me dijera, que
ahí iba a estar yo. Jaime me llamó esa misma tarde bastante nervioso, me dijo
que juraba que pensaban que él la había asesinado, me dijo que no les creyera,
que él la amaba más que su propia vida y yo le dije que sí, que yo sabía, que
él sería incapaz de hacerle algo como eso a la mujer que amaba, lo despedí y le
dije que todo andaría bien. No pude dejar de pensar en eso el resto de ese día,
me parecía extraño que este tipo, sin razón alguna me hubiese llamado a decirme
eso, pero entre pensamiento y pensamiento cada vez se hacía más claro el
cuadro. Quién más sino él podría haber asesinado a Jess. Nadie la odiaba, no
tenía tantos compañeros o al menos eso pensaba y no se metía con nadie.
Enseguida levanté el teléfono y llamé. Les dije mis sospechas sobre Jaime, les
dije que él era el único que habría podido hacerlo, que habrían peleado o yo
qué sé, que con el temperamento de Jess posiblemente habían peleado, dije todo,
lo solté todo y no pude seguir hablando con el nudo en la garganta que se generó.
Colgué y enseguida llamó el Fiscal. Me dijo que tenía que tranquilizarme, que
sí, que él era uno de los principales implicados junto con otro sujeto que
había sido captado en la zona por unas cámaras. ¡Cámaras! –pregunté. Me
respondió que sí, que luego de que yo les informara sobre el lugar donde Jess
frecuentaba tomar camino a su casa habían decidido investigar en toda la zona y
uno de los vecinos les dijo que él tenía un circuito de cámaras privado y en el
cual se había captado a una mujer, que cumplía las características de Jess en
cámara, seguida de un hombre, alto, pero que no se podía identificar por las características
de la cámara.
Colgué y salté de la felicidad… O casi me muero de tristeza, no sé, El
punto es que ya había algo nuevo y estábamos cada vez más cerca de llegar a una
conclusión respecto al caso de Jess, para bien o para mal era mejor saber la
verdad que seguir en este limbo perpetuo. Los padres de Jess me llamaron al día
siguiente, me dijeron que gracias por haber dado esa información, me
preguntaron que cómo sabía yo que ella se metía por ahí y yo les dije que a
veces la acompañaba, que me llamaba y siempre la salía a buscar, que gracias,
que muchas gracias y yo que sí, que sí, que de nada.
III.
Veo la televisión, última hora, encontraron un
cuerpo cerca de la casa de Jaime, en un potrero. ¡Lo sabía! Fue Jaime, carajo,
maldito infeliz, asesino. Llamo a los papás de Jess, no responden, llamo al
Fiscal y tampoco lo hace. Por último decido llamar a Jaime, algo
contradictorio, lo sé, pero quería ver su reacción al decirle que habían encontrado
un cuerpo cerca de su casa y que no desvirtuaban la posibilidad de que fuera
ella. Jaime contestó y me dijo que sí, que ya sabía, que no lo podía creer y yo
para mis adentros diciéndole que ahora sí hijueputa, te vas a pudrir en la
cárcel, mientras me despedía de él y le decía que ya iba para allá, que me
esperara, que no se fuera para ningún lado y él que sí, que no iría a ningún
lado y que no se sentía con fuerzas para ir a ese potrero y encontrar algo que
no deseaba ver. Volví a llamar a los papás de Jess. Nada. Arranqué para el
dichoso potrero, ya lo había visto y sabía que eso pasaba solo, que la
vegetación era tan espesa que sería imposible ver a alguien metido ahí y
reafirmé que ese sería el lugar perfecto para asesinar a alguien: maldito
Jaime, te la llevaste hijueputa.
Llegué con lágrimas en los ojos, Ahí estaba el papá y la mamá de Jess
llorando, igual que yo, a moco tendido, el Fiscal tenía la mirada fría, daba
órdenes pero en realidad no estaba ahí. Me dio algo de pena acercarme a los
papás de Jess, ya Jaime estaba allá con ellos. Yo fui donde el Fiscal, le dije
pregunté sobre qué había pasado y me dijo que encontraron las pertenencias de Jess
en ese lugar y que un poco más hacía el sur encontraron su cuerpo, desmembrado,
con muestras visibles de violencia física y que estaba todavía en veremos la
causa de la muerte. No, no, no, no, no, mi Jess no y me desmayé.
Desperté el en hospital, mi mamá estaba en la silla al lado de la cama,
cociendo o no sé, me dijo que llevaba dos días ahí, en un delirio en el que no
podía dejar de decir Jess, Jess, Jess. Me dijo que los resultados de medicina
legal ya estaban listos y le pregunté qué había sido. Se negó a decirme, según
ella para ayudarme con mi pesar, pero nada, el remedio fue peor y el nudo casi
no me deja respirar. Le grité que me dijera, que merecía saber el fin de mi
amada. Pero muchacho si tú con ella… Qué me diga, carajo, dígame qué pasó. Y lo
soltó y fue como morir, o eso deseaba: a Jess la habían violado y luego de la
violación la estrangularon hasta que dejó de respirar. El muy enfermo luego de muerta
aparentemente volvió a practicar sexo con su cuerpo y luego le cortó los
miembros, los metió en una bolsa y por último eyaculó encima de la misma. Un
completo asco, un completo cerdo, un completo enfermo. Pregunté si ya lo habían
atrapado, que si ya habían cogido al hijueputa de Jaime, que era el único que
podía matarla, pero mi mamá me dijo que no, hijito, Jaime no puede ser, ya la policía
descartó que él fuera. Me dieron de alta ese mismo día a la noche y una vez en
mi casa juré encontrar a quien la había asesinado, juré matarlo y juré matarme
después.
IV.
Sí, ayer me dijeron que mataron a Jess. Todavía
es la hora y me miro al espejo, miro al hombre que está ahí y no logro
concebirlo sin Jess, no imagino una vida sin su amistad, no, no la imagino. La
televisión se refleja, no logro leer lo que dicen las letras pero escucho que
hablan de Jess, que saben qué pasó. La periodista le pone un título que me
produce asco por su amarillismo “Un amor truncado por el extraño”. Sigo en el
espejo, escuchando y viendo el reflejo, escucho que la vida de Jess Álvarez R. amante
de la naturaleza y las letras, hija de mamá y papá, bondadosa, amada por
muchos, amante de Jaime Ortiz y amante de la filosofía había sido terminaba por
un hombre el día 20 de enero del presente año, que el hombre la había seguido
desde la salida de la casa de su novio, que la había abordado en un callejón y
que estando ahí la había drogado y luego llevado al lugar donde había sido
violada, asesinada y vuelta a violar. Que el hombre se llamaba Andr… No
escuché, volteé rápidamente para saber a quién tendría que matar, pero ya había
pasado el nombre. La mujer de la televisión sigue hablando, dice que saben
dónde vive, que las autoridades están a punto de capturarlo, que por
información filtrada sabían que en este momento estaban adelantando el
operativo y por último, antes de cortar la transmisión para seguir dando la
novela de las siete, repiten, la joven Jess Álvarez R. fue asesinada por Andrés
González y muestran el rostro del asesino. Me quedo mirándolo y me digo, fue
él, el malparido de la Universidad, ese al que nunca le prestó atención Jess, o
sea que la asesinó por eso, esos deben ser los móviles, hijueputa asesino… Y sé
dónde vive. Tomé un cuchillo, lo puse en la mesa mientras me vestía y antes de
salir me miré al espejo. Vi al mismo hombre, al mismo hombre que no podía vivir
sin Jess y también vi el rostro del asesino. Y llamaron a la puerta, y las
luces rojas, azules y blanco entraban por la ventana como una epifanía y ahí
entendí. El asesino había sido yo, el hijueputa había sido yo pero no era yo…
El asesino había sido el del reflejo, ese hombre de ahí que no era yo, porque
no sería capaz de hacerle daño a Jess, mi mejor amiga. No, no, no, yo no pude
haberla seguido de lunes a lunes después de la Universidad, yo no pude haber
sido quien generaba esas miradas de preocupación en ella a las 12, no, yo no
podía ir con ese pañuelo lleno de droguitas para dormir, ni con el cuchillo, ni
con el bolso lleno de bolsitas negras. Yo no pude haber sido quien tuvo
relaciones con ella mientras gritaba gozosa y yo le enterraba el cuchillo. No. Nosotros
solo peleamos una vez en la Universidad y era por una pendejadita, por una foto
boba. No, no, definitivamente ese no soy yo. Entonces cogí el cuchillo que
había puesto sobre la mesa y traté de matar al asesino de Jess como había
prometido, pero no lo podía sacar del espejo. No le hacía nada. Entonces tomé
mi brazo y lo corte, desde el codo hasta la muñeca y vi la sangre y vi que se
moría y junto a él me moría yo, como había prometido y un ruido blanco entró en
mi cabeza y me sentí feliz porque había vengado su muerte. Te vengué, querida
Jess, fue lo último que oí decirle al asesino. Y le respondí: no más que yo,
hijueputa.