He de plantearme en esta ocasión tres conclusiones: 1. el mundo está lleno de tribus; 2. dentro de cada tribu hay subtribus, que, en la mayoría de casos tienden a dividirse en dos bandos básicos; 3. de las dos anteriores se puede llegar a la conclusión de que la individualidad es un fenómeno imaginario.
Para explicar la primera tenemos que el ser humano suele agruparse, esto por su naturaleza y la necesidad de protegerse de otros seres humanos. Como tal, cuando estamos solos, carentes de poder, somos indefensos, pero en una tribu, asociados, pese a -en la mayoría de casos- carecer de poder, podemos sentirnos protegidos por aquellos que son igual de débiles que nosotros. De esta necesidad comienzan a aparecer esas tribus, a las que nos unimos por diversas razones, como las ideologías que manejan, modos de comportarse, modos de vestir, modos de actuar, en fin, un sinnúmero de razones con las cuales nos podemos sentir identificados y, sino es así, razones de las cuales nos queremos volver titulares... Queremos ser como ese grupo, queremos pertenecer.
Una vez asentados dentro de nuestro grupo en concreto, si observamos de cerca, nos daremos cuenta que no todos -pese a hacer parte de ese grupo- con completamente iguales. Las divisiones dentro de las tribus están bastante difuminadas, pero basta con las primeros contactos para sabernos distintos a nuestro igual. A partir de ahí se crea la subtribu, un lugar donde se comparten idearios generales, abstractos, pero que a medida que nos acercamos esos ideales van tomando matices distintos que sacan a flote las diferencias propias de cada grupo. Claramente estas diferencias no dividen totalmente a la tribu, toda vez que se ciñen a ciertos principios generales compartidos con todos, que sirven como herramienta de cohesión para que ésta no se desintegre: la manera en cómo se interpreten cada principio hará, a futuro, que sigan apareciendo más subtribus, que claramente querrán acceder al poder dentro de la macrotribu. El término poder aquí se entenderá como la posibilidad de dominar al otro. Ese dominio, cuando se está dentro de una subtribu, considero, se resume en la necesidad de que los demás lo vean a uno como modelo a seguir o ideología correcta. Cuando una subtribu ha logrado esto estaremos en presencia de una que tiene el poder dentro de la tribu y a la que otros quieren pertenecer.
Estos enfrentamientos lo único que hacen es darle variedad y dinamismo a la tribu, cambiando ciertos aspectos pero manteniendo elementales, eliminado algunos subtribus que se vuelven lentas y resistentes al cambio y apareciendo otras, que pueden tener ciertas contradicciones con los principios generales, pero que con su caracter de novedad atraen a los nuevos integrantes: hijos de los anteriores ciudadanos, personas de afuera de la tribu, etc.
Pese a existir esta multiplicadad de ideas, hay que darnos cuenta que entre mayor sea la cantidad de personas más serán las subdivisiones, pero también que esa misma cantidad elimina un factor importante: la individualidad. Se torna así, imposible, crear nuevas tribus, puesto que todo lo creado es un reciclaje perpetuo de lo anterior, en el que el fenómeno que ocurre, por ejemplo, en Colombia, puede ocurrir al otro lado del mundo en Japón, pese a la diversidad de culturas. La idea de subtribus, con la globalización, se desplaza rapidamente, destruyendo la cultura anterior y afincándose en los lugares a donde llega. Así, cuando yo estoy pensando en este problema de la subtribu, perteneciendo, claro está, yo a una, otra persona, en este mismo instante y dada la cantidad que somos, puede estar pensando exactamente lo mismo que yo si está dentro de la misma subtribu y no exactamente lo mismo si está en otra con variaciones en sus pricipios generales.
La idea entonces de cada cabeza es un mundo se muestra un poco irreal, enteniendola como una supuesta unicosidad del ser humano (cada ser humano es único), esto porque no habría lugar a dudas que otros tienen ese mismo mundo en la cabeza. Todo es cuestión de cómo la colectividad a afectado al pizarrón en blanco que eres al momento de nacer, y ahí, de nuevo, se observa que la supuesta excepcionalidad de cada ser no existe, puesto que todos fuimos, alguna vez, tablones en blanco, moldeables.
Así, no tenemos seres humanos únicos. No hay algo como eso... Somos una copia de otros, por más que nos esforcemos en ser diferentes. La magnitud del mundo nos doblega y nos invita a diluirnos en la colectividad, quedando solos ante la inmensidad del término humanos. Como especie pensante, tal vez, queremos pensarnos como únicos, pero esto no es más que la ceguera antropocéntrica que tenemos al tomarmos como sujeto estudiante y objeto de estudio. Nuestro análisis, así las cosas, siempre tendrá el sesgo humano y esta pequeña apreciación, claro está, no podrá salvarse del mismo. Yo sigo siendo humano y sigo perteneciedo a una tribu, por más que quiera tratar de observar todo desde arriba, valiéndome de mi poco ingenio. En realidad no somos tan maravillosos como creemos, entre más avanzamos hacia una cúspide evolutiva (al menos en el exterior) más nos daremos cuenta de lo pequeños que somos, no solo en relación con el universo, que es una apreciación conocida por todos, sino pequeños ante la colectividad que somos como seres humanos.
Claro está que existirán, como siempre, llamados a la dignidad del ser humano, buscando una defensa de nuestra condición en contradicción contra la evidencia que nuestra propia razón nos muestra. Los grandes filósofos, los grandes tratados de ética, todos, considero, habrán llegado ha esta conclusión al igual que yo. Kant, como uno de esos que ha llegado lejos en sus análisis -y con esto no quiero ponerme en su mismo nivel- habrá llegado a la conclusión de que somos poca cosa. La diferencia entre él y yo es que él, al encontrarse con esta pared, decidió tratar de abrir un hueco y al rendirse, ante la imposibilidad que tenemos, claramente de romperla (ese hueco es el límite de nuestra razón o, tal vez no el límite, pero sí la conclusión final) decidió pintar sobre ésta una salida, una muestra de nuestro valor como ser.
En mi caso prefiero no pintar nada. Llegar a la conclusión de que somos poca cosa, de que no somos únicos como nos pintamos, lejos de ser algo negativo, no es más que uno paso más ha reconocernos en el otro, no solo en el humano, sino en las demás especies y el mundo en general. No somos nada dentro del gran sinsentido. Lo que nos mantiene vivos son nuestras meras ilusiones, nuestras figuras... La fuerte necesidad de darle valor a lo que no lo tiene. ¿Acaso no estamos dentro de una gran burbuja?