Cuando conocí a Natalia
Dime con quién andas y te diré quién eres, siempre me había dicho mi madre, pero cuando conocí a Natalia no hubo refrán que valiera. Volví a nacer.
Para esos tiempos mi papá andaba en otra de sus crisis, por lo que estaba internado en el hospital. Todas las tardes lo visitaba, miraba cómo estaba y, al salir, hablaba con cualquier enfermera que me encontrase en el camino. Siempre detenían lo que estaban haciendo, me regalaban una sonrisa, un mensaje de aliento y al rato salían corriendo detrás de un nuevo muerto: definitivamente con ellas la vida es más agradable.
En fin, en esas andaba yo por ese tiempo cuando en ese infierno lleno de ángeles, por una de esas casualidades del destino o qué se yo, el "universo conspiró a mi favor" (como diría el estúpido de Coehlo) y la vi por primera vez. Estaba muerta de risa -algo paradójico por el lugar en el que estábamos, y en ese tiempo que estuve mirándola todo a mi alrededor se detuvo un segundo para volver a iniciar por un tropiezo que me sacó del lapsus. Ya en ese momento, alejado de la ensoñación pude ver los detalles que integraban a esa mujer: su cabello, rostro, la ropa y la jeringa llena de sangre agarrada como mosquito a su brazo. Poco importaron los detalles y fui tras ella. Hola, le dije, mientras que Natalia lanzaba la expresión "La buena pa' ti" a uno de sus compañeros que ya se iba y luego de so volteó su rostro hacía mí y me miró. Fue justo en ese momento, no antes ni después, cuando caí en la tentación.
Nuestra relación anduvo bien los primeros meses, funcionaba como una especie de paliativo para el dolor por mi padre, sin embargo, de un momento a otro todo se fue al carajo: las discusiones aumentaban, nos gritábamos y nos haciamos mucho daño. Entonces, en un momento de iluminación sobrenatural, se me ocurrió que todo esto era causado por aquel famoso mosquito, así que en aras de solucionar toda nuestra mierda lo hice. La usé. Ella, mientras, me susurraba al oído, me decía que todo se volvería delicioso y que todo bien, que la vida era corta, que la finitud del ser, que la autodestrucción, que no sé qué, y al tiempo que ese liquido entraba en mi cuerpo (o enunciaciones, como me habían dicho en mi clase de Redacción) se diluían y transformaban y en lo que en algún momento fueron palabras se convirtieron en ruido blanco.
Desperté en una habitación del color del ruido, con una luz que me cegaba y cuando salí del letargo recordé y me repetí para mis adentros lo que siempre le decía a mi hijo cuando preguntaba por Natalia: "Allí la conocí una tarde cuando venía del hospital". Entró una enfermera, entró un joven que se parecía a mí o era yo y la muchacha de blanco le decía que otra recaída, que no deja de gritar Natalia y me volví a dormir mientras aquel joven que era yo me miraba con desprecio. Caí en las tinieblas y volví a recordar. "Dime con quién andas y te diré quién eres", siempre me había dicho mi madre, pero lo que ella no sabía es que yo no sé quién soy yo. Y salí del hospital y vi a Natalia y vi a mi hijo o a mí en la habitación blanca y caí en las tinieblas, otras.
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