I.
Su mayor duda era qué hacer con la ropa de su abuela muerta. Siempre había pensado en todo, en la muerte en sí, en la falta de su presencia y el dolor que esto causaría. Sabía que un dolor tan hondo lo cambiaría para toda la vida y que desde ese fatídico día no podría ser de nuevo el mismo. Todo había sido pensado y algunas lagrimas derramadas antes de tiempo, un dolor precoz, pero nunca se le pasó por la cabeza qué debía hacer con la ropa de su abuela muerta. Si un niño muere, la ropa se le regala a otro niño, pues apenas está en sus inicios; si es una mujer o un hombre adulto en algún momento la muerte dejará de estar en esa ropa y se le podrá regalar a cualquier amigo o amiga, pero el gran problema es qué hacer con la ropa de una abuela.
Lo primero es que, pese a la cercanía que se puede llegar a tener con una abuela uno nunca termina de conocer a esa persona que es mas sabia que nosotros. Uno la ve haciendo y deshaciendo, protestando contra la vejez que la quiere obligar a la quietud, pero nunca terminamos de conocerla y es precisamente por esto que tomar su ropa, esa que tiene un olor característico se hace tan difícil. El muerto ya no está, pero su presencia permanece en esas ropas usadas y viejas, y casi con agarrarla uno piensa que agarra el cadáver. Lo segundo, que también es importante es que regalar una ropa casi que es olvidar. Hay un gran miedo, porque podemos olvidar a esa persona que tanto amamos y que tal vez poco se lo demostramos o dijimos. Guardar esa ropa vieja y sucia es demostrar lo que no se pudo demostrar, nuestra última oportunidad de redención y aunque se sea no creyente uno se aferra a la idea de que en algún lugar esa persona nos está viendo junto a la ropa que no queremos regalar.
Hay otro asunto: ¿quién será capaz de recibir esta ropa? Regalarla a otro viejo sería casi como entregarle un cajón para su entierro, decirle en la cara que pronto él tendrá que regalar sus ropas junto a estas que recibe. Nadie aceptaría esto. Tal vez mentir sea la opción. Regalar la ropa y que nadie se entere de su procedencia, dársela a una familia pobre que interpretaría este gesto como de máxima bondad, cuando en realidad es algo enfermizo. Puede ser que regalando la ropa le demos vida a quien ya no está. Si esa persona nos ve de lejos se sentirá feliz, porque venció a la muerte y ahora vive como la prenda de otro cuerpo y la sudan y huele feo, pero es feliz.
La muerte de una abuela es como la muerte de la madre por adelantado. La vida está hecha de tal manera que siempre se sufra doble: la abuela y la mamá. Por un lado, la vida se encarga de darnos la desdicha de ver morir a nuestra abuela, que es casi una mamá o tal vez más mamá que la nuestra. Siempre comprensiva, siempre atenta. Se va, no vuelve. Luego, nos toca sufrir por la muerte, pero también sufrir por el dolor de la hija que se queda sin madre. El tiempo pasa y esa hija que es tu madre toma la forma de tu abuela y tú la forma de tu madre. Más sufrimiento, más llanto. Las lagrimas no paran y los días se tornan totalmente oscuros. ¿Para qué vivir? ¿Para qué, si vamos a sufrir de esta manera?
Nunca se está preparado para la muerte, nunca. Un gesto tan pequeño como el “buenos días” de la mañana, que damos por sentado, en un minuto desaparece, no vuelve más. Los días dejan de ser buenos y el tiempo comienza a hacer su trabajo para curar la herida, aunque la cicatriz frente a la vida queda. Un resentimiento seco, pues nos mintieron. Nacimos para sufrir, para sufrir las muertes ajenas y luego para sufrir la propia. Y el gran problema, ¿qué hacer con la ropa de la abuela? ¿Qué hacer con mi vida cuando ella no esté?
Es extraña la muerte, morirse es la cosa más absurda que hay y la inmortalidad en definitiva es la mejor invención del ser humano. Sí, mañana puede que ella no esté o pasado; pronto. Y la pregunta sobre el qué haremos con su ropa aparecerá después de unas cuantas semanas… Iremos a su cuarto, buscaremos vestigios de lo que alguna vez fue un cuerpo caliente acostado en una cama, evocaremos en nuestra mente su rostro y cada vez estará más nublado todo. Por último, recurriremos a las fotos, buscaremos y buscaremos en las fotos y cuando veamos esa cara parecerá extraña. ¿Cómo es que estaba aquí y ya no? Sería mejor morirnos primero para no tener que ver morir a los demás. Es una injusticia en todo el sentido de la palabra tener que vivir la experiencia de morir. La muerte no debería ser experimentada, habría que eliminar el duelo y negarle la dicha a la muerte de llorar por los seres queridos, pero es imposible. La muerte los arranca sin chistar, de un solo jalón.
¿Qué haré con la ropa de mi abuela, cuando haya muerto?
No hay comentarios:
Publicar un comentario