Ad portas de la promesa la mente no me deja descansar,
mientras lucho por mantener cierta cordura en la espera
El sueño se vuelve el único refugio y El síndrome mi guía en la desesperación. 
La huella de tu voz en mi memoria es borrada por la brisa del olvido y la mente sigue, sigue sin descansar.

Despertar

Despiertas de un sueño largo, largo como ningún otro, perdido en el mar del tiempo y de los días.
Buscas refugio a la incertidumbre en la pantalla pero no hay guía, te encuentras solo ante la inmensidad y las respuestas de aquel mundo onírico desaparecidas.
Piensas en el poema como llave, oráculo de la realidad mientras aseguras su insuficiencia.


Un día menos en el calendario, sin ningún valor agregado: ningún día lo tiene.
La realidad desdibujada se desborda, el sinsentido brota de los resquicios de tu mente y el sueño te ha abandonado.
Sigues en el mar de sábanas, en tu pequeño bote de algodón y las olas te mueven de un lado a otro: hacia donde miras está lo mismo y en el agua te reflejas tú. El Yo deja de ser una salida, adentro tampoco existes.

La puerta cerrada te conecta con la realidad y las sombras de libros anónimos te esperan más allá. Preguntarse el porqué no tiene importancia: nada lo tiene. Estás perdido en el mar de ensoñaciones, en la realidad gigantesca que te aprieta el pecho, en la salida que te atrapa. Al borde de la realidad que te lleva a otra. 

Saltas y mientras caes sigues viendo lo mismo, las puertas se abren frente a tus ojos y se cierran a tu espalda mientras caes y caes. Te sorprendes de la misma realidad una y otra vez. Comprendes para qué estamos aquí, la nueva certidumbre desgasta y esperas terminar de caer para olvidar.

En aquel mundo onírico están las respuestas: las del olvido que se necesita para poder vivir.


Derrotado yazco en mis noches
mientras la lluvia cae y el silencio reina.
El frío recorre los huesos y me recuerda el ayer
Ayer de promesas resueltas, hoy ya vencidas
Ayer de derroches y de placeres, hoy ruido blanco.
La pelea está perdida y ha ganado la vida, 
decido no levantarme de la lona porque es más cómoda. 
El tiempo pasa y la lona me acompaña. 
Como un cobarde huyo de la pelea. 
Me refugio en la derrota.


11:45 pm aka ando en mood suicida

Espero mensajes en vano mientras sacas de mi toda voluntad 
y mirando al techo pasa el tiempo que se esfuerza por detenerse ahí donde está el dolor.  
Y no se va, no se va, sigue estando ahí, en el medio, en todo el pecho y transforma la vida en algo insulso y a los demás en mero sucedáneo.
Para apasiguarlo busco en la mente diálogos inexistentes donde mi voz es algo para ti:
La flor es pisoteada, ni en mi mente hay un momento de paz. 
El dolor llena todo y me consume... Y solo quiero sufrir en soledad y no ver estrellas nunca más y dejar de respirar y dejar de ser: aquí, en este lugar oscuro, por fin entiendo a quien el amor le volvió la vida antipática y por eso aspiro a la nada.

Qué hacer con la ropa de la abuela muerta.

I.

Su mayor duda era qué hacer con la ropa de su abuela muerta. Siempre había pensado en todo, en la muerte en sí, en la falta de su presencia y el dolor que esto causaría. Sabía que un dolor tan hondo lo cambiaría para toda la vida y que desde ese fatídico día no podría ser de nuevo el mismo. Todo había sido pensado y algunas lagrimas derramadas antes de tiempo, un dolor precoz, pero nunca se le pasó por la cabeza qué debía hacer con la ropa de su abuela muerta. Si un niño muere, la ropa se le regala a otro niño, pues apenas está en sus inicios; si es una mujer o un hombre adulto en algún momento la muerte dejará de estar en esa ropa y se le podrá regalar a cualquier amigo o amiga, pero el gran problema es qué hacer con la ropa de una abuela. 

Lo primero es que, pese a la cercanía que se puede llegar a tener con una abuela uno nunca termina de conocer a esa persona que es mas sabia que nosotros. Uno la ve haciendo y deshaciendo, protestando contra la vejez que la quiere obligar a la quietud, pero nunca terminamos de conocerla y es precisamente por esto que tomar su ropa, esa que tiene un olor característico se hace tan difícil. El muerto ya no está, pero su presencia permanece en esas ropas usadas y viejas, y casi con agarrarla uno piensa que agarra el cadáver. Lo segundo, que también es importante es que regalar una ropa casi que es olvidar. Hay un gran miedo, porque podemos olvidar a esa persona que tanto amamos y que tal vez poco se lo demostramos o dijimos. Guardar esa ropa vieja y sucia es demostrar lo que no se pudo demostrar, nuestra última oportunidad de redención y aunque se sea no creyente uno se aferra a la idea de que en algún lugar esa persona nos está viendo junto a la ropa que no queremos regalar. 

Hay otro asunto: ¿quién será capaz de recibir esta ropa? Regalarla a otro viejo sería casi como entregarle un cajón para su entierro, decirle en la cara que pronto él tendrá que regalar sus ropas junto a estas que recibe. Nadie aceptaría esto. Tal vez mentir sea la opción. Regalar la ropa y que nadie se entere de su procedencia, dársela a una familia pobre que interpretaría este gesto como de máxima bondad, cuando en realidad es algo enfermizo. Puede ser que regalando la ropa le demos vida a quien ya no está. Si esa persona nos ve de lejos se sentirá feliz, porque venció a la muerte y ahora vive como la prenda de otro cuerpo y la sudan y huele feo, pero es feliz.

La muerte de una abuela es como la muerte de la madre por adelantado. La vida está hecha de tal manera que siempre se sufra doble: la abuela y la mamá. Por un lado, la vida se encarga de darnos la desdicha de ver morir a nuestra abuela, que es casi una mamá o tal vez más mamá que la nuestra. Siempre comprensiva, siempre atenta. Se va, no vuelve. Luego, nos toca sufrir por la muerte, pero también sufrir por el dolor de la hija que se queda sin madre. El tiempo pasa y esa hija que es tu madre toma la forma de tu abuela y tú la forma de tu madre. Más sufrimiento, más llanto. Las lagrimas no paran y los días se tornan totalmente oscuros. ¿Para qué vivir? ¿Para qué, si vamos a sufrir de esta manera? 

Nunca se está preparado para la muerte, nunca. Un gesto tan pequeño como el “buenos días” de la mañana, que damos por sentado, en un minuto desaparece, no vuelve más. Los días dejan de ser buenos y el tiempo comienza a hacer su trabajo para curar la herida, aunque la cicatriz frente a la vida queda. Un resentimiento seco, pues nos mintieron. Nacimos para sufrir, para sufrir las muertes ajenas y luego para sufrir la propia. Y el gran problema, ¿qué hacer con la ropa de la abuela? ¿Qué hacer con mi vida cuando ella no esté? 

Es extraña la muerte, morirse es la cosa más absurda que hay y la inmortalidad en definitiva es la mejor invención del ser humano. Sí, mañana puede que ella no esté o pasado; pronto. Y la pregunta sobre el qué haremos con su ropa aparecerá después de unas cuantas semanas… Iremos a su cuarto, buscaremos vestigios de lo que alguna vez fue un cuerpo caliente acostado en una cama, evocaremos en nuestra mente su rostro y cada vez estará más nublado todo. Por último, recurriremos a las fotos, buscaremos y buscaremos en las fotos y cuando veamos esa cara parecerá extraña. ¿Cómo es que estaba aquí y ya no? Sería mejor morirnos primero para no tener que ver morir a los demás. Es una injusticia en todo el sentido de la palabra tener que vivir la experiencia de morir. La muerte no debería ser experimentada, habría que eliminar el duelo y negarle la dicha a la muerte de llorar por los seres queridos, pero es imposible. La muerte los arranca sin chistar, de un solo jalón. 

¿Qué haré con la ropa de mi abuela, cuando haya muerto?

El día de mi muerte

Hoy es uno de esos días que saben a mierda. Los hay salteados. Normalmente son los lunes o los domingos o toda la puta semana. Sabe a mierda. Lo sabes, tienes la certidumbre que será un día de mierda por el vallenato que colocan tus vecinos, por el calor que no te deja dormir, por el blanco del techo que ya no es blanco sino amarillo. Si, en los días de mierda todo se muestra tal cual y como es. Te dices que puedes dormir un poco más y tratas de hacerlo pero suena de nuevo la alarma. Alarma, Diomedes y vallenato.

Voy a la cocina, los platos sucios y más calor. Hay restos de lasaña y una cucaracha me espanta: vaya día de mierda.  Tomo un vaso de agua; caliente, dejé la nevera mal cerrada y posiblemente se dañó la carne. No importa, hoy me sabría mal.

Treinta minutos después estoy en un puto bus, lleno de la misma gente de todos los días. Somos vaquitas que vamos de lleno al matadero. Avanzamos, miro hacia afuera y lo de siempre: pobreza, carros, motos y más motos. Las hijueputas motos. Se le meten al bus, el del bus les grita, el de la moto le grita. Se gritan. Son las 8:30 de la mañana, voy tarde y la certidumbre que tuve al despertarme se ve confirmada: es un día de mierda.

Mejor ver adentro. Qué hay en el bus. Gente dormida, bebés, más que todo gente fea igual que yo. Una mujer linda o eso creo. Su rostro lo tapa un viejo calvo. Siempre hay un viejo calvo tapando el rostro de una mujer bella. La mujer se sienta, un tipo le da el puesto. Demasiado amable, pienso, pero al rato confirmo que no es nada de eso. Le arrecuesta la verga al hombro. La mujer está claramente incómoda, gente ve, yo veo y nadie dice nada, es un día de mierda y no quiero pelear, que se defienda ella, en cualquier caso, sólo es una verga y un hombro.

Me bajo en la India, cruzo con una multitud de gente esperando que no me mate un carro. Sería el colmo morirse en un día como este, aunque a ver, el día que uno se muere es un día de mierda. Da igual. Cruzo, toca estar pendiente en el semáforo que no le abran el bolso a uno y le tumben lo poco que tiene. Mosca, mosca, mosca, verde.

Me instalo en mi escritorio. Saludo aquí, saludo allá. Le veo el culo a Regina. Está buena, como siempre, pero es medio bruta. Igual no me la voy a comer. La jefa, pues igual, está buena. Ella no es bruta, es feminista, lo cual es peor... Al menos para un hombre como yo. No me gustan las viejas demasiado inteligentes. Qué pereza que le discutan a uno todo. No señor, paso de eso.

El trabajo lo de siempre. Escribo mierda que la jefa no lee, sólo firma. Me tiene demasiada confianza, no debería. Hoy es un día de mierda. Pepe, me dice, llévate este documento al juzgado, urgente. Bueno, jefa, le digo, ya salgo para allá. Vaya día de mierda tener que caminar. Paso por la palenquera que me cae mal porque estafa a los turistas por una puta foto, paso por el turista que me cae mal porque viene a comerse a las mujeres de acá, como acto de colonización. Hijo de puta. Ah, es un día de mierda, cierto...

Llego. Buenas, vine a radicar este documento. La desgraciada me mira y me dice que espere un momento y yo le alcanzo a decir que sólo vine a traer un memorial. Lo ignora, tiene que hablar con Estefanía sobre el babyshower de la esposa del juez. Ah, es un día de mierda... Me voy. Entro al café internet que está a unas cuadras del juzgado. Hay una muchacha muy linda pagando unas copias y un viejo atrás de ella sentado en un computador. Aprovecho que es estrecho todo y arrecuesto sobre su culo mi verguita triste. Ella voltea, yo le pido disculpas y miro al viejo. Ella entiende, le da igual, se va con sus copias. Quiero un computador. Todos están ocupados. Es un día de mierda, definitivamente.

Por fin me dan el computador, comienzo a escribir:

Juzgado 1ro del Circuito de Cartagena
E.S.D
Asunto: Memorial.
Proceso: 046/2020

Su señoría,

Mediante el presente memorial me permito informar que el babyshower de la grandísima puta de su esposa me importa una mierda y que, por lo tanto, sus empleados no deberían de estar ventilando asuntos de esa honorable envergadura dentro de las oficinas. Sé, su señoría, que en su pequeño despacho lleno de libros que no lee se da lujo de hacerse mamar su pequeñísima verga de la señora Secretaria y créame, esto no me importa, yo también lo haría. Lo que sí quiero dejar claro es que a nadie, en toda esta puta ciudad y en especial al gremio de grandilocuentes abogados, nos importa una mierda su babyshower, así que agradezco y conmine a sus tres tristes putas a atender de buena manera a los usuarios.

S.S.

Catalina Pérez Rodríguez

Imprimir. Aceptar. Señora, cuánto le debo. 1000 pesos. Le doy 2000, quédese con el cambio. Me empiezo a sentir mejor, ya el gusto en la boca no sabe tanto a mierda. Voy al juzgado. Buenas, mira, traje este memorial. Ya, ya te recibo. Oye, espera, le falta la firma. Firmo como Catalina, ella le pone un sello y no lo lee. Divina la hijueputa justicia.

Llego a la oficina. Le digo a Regina que se vaya a la reputisima mierda. Que puede estar muy buena y todo, pero que es muy bruta. Entro a la oficina de la jefa, le agarro la blusa y se la parto. Queda con su brasier y se le ven sus pequeñas tetas. Váyase a la mierda usted y sus memoriales, le digo, y me voy. Estoy feliz, muy feliz... Veo otro turista, veo a otra palenquera y le grito negra ladrona, gringo marica. Ah, estoy muy feliz. Voy rumbo a la India, escucho música, le agarro las nalgas a una gringa que me grita fuck you, piece of shit. La tuya, le digo yo.

Ah, ya voy en el bus, veo la playa por la ventana y el olor a mar me sienta bien. Es un buen día. Subiendo el puente la buseta para, se suben dos tipos. Esto es un atraco, bajense de las pertenencias. Yo ni pal putas le entrego nada. Forcejeo, saca un puñal. Me lo clava en la costilla, una, otra, una en la pierna. Suelto el bolso, me arrecuesto en la ventana, miro la playa.

Definitivamente el día que uno va a morirse es una mierda.

Mientras de fondo está epistemología

Ver tu cuerpo desnudo, sentir un frío milenario recorriendo la espalda y huir directo a la hoja para tratar de retratar la dulzura de estar tan cerca de la muerte y querer casi que fundirme en eso que eres tú.

Tus senos, tu cuello: lo único importante. Nada más vale en el reino de la ternura cuando se le sumerge a las profundidades de la lujuria.