Es una tarea difícil. En un principio, cuando eres pequeño no te preocupa la idea, no sabes que existe. Eres como un animal y te mueves por instinto. Abres los ojos y ves las primeras luces de lo que será tu vida y escuchas las voces que te acompañarán hasta que sean calladas por la muerte. Eres un monton de materia: respiras, comes y defecas. Te deslumbra la vida que no conoces. Desde ese momento inicia un proceso de crecimiento, lo que en principio fuiste dejas de serlo, te comunicas, transformas sonidos en palabras, y sin embargo la idea no aparece en tu cabeza. ¿En qué momento aparece el interrogante?
Para responder a esa pregunta diré que en la adolescencia. Aparece en esta etapa porque es la de mayores cambios, la sociedad que nos veía como niños de un momento a otro comienza a vernos como adultos. Observamos, esta vez sin deslumbranos (y tal vez con un poco de asco), que a esa sociedad es a la que debemos pertenecer y pronto lo haremos. Pero antes de entrar en ella podemos verla desde lo lejos, como un espectador. Vemos sus movimientos, las interacciones y de un momento a otro nace la pregunta: ¿qué sentido tiene?. Claramente no creo que este interrogante nazca en todas las mentes y no creo que tenga que ver con una cuestión de inteligencia. A algunos se les da y a otros no.
Una vez nos hemos hecho la pregunta, ella ronda como un mozquito nuestras vidas, la ignoramos a veces cuando obtenemos nuestro opio: diversión o tristeza, amor o desamor, pero sigue allí. Luego de que el efecto de estas drogas pasa, la pregunta nos golpea como un martillo. Nuestra cabeza comienza a sangrar y con la sangre se disuelve esa pregunta, tal vez un poco de ella quede dentro de nosotros y circule por nuestro cuerpo y ahí está: lo que en principio era un interrogante ahora es una sensación. Sentimos que hay algo mal en todo. De un momento a otro, estando en una fiesta, hablando con amigos o caminando te preguntas porqué, para qué. No encuentras una respuesta, la sensación te apriciona, el peso te aplazta y escapas. Vuelves a lo que estabas haciendo, no la respondes y la dejas atrás. Pero qué pasa cuando te mantienes en la sensación... Comienza un proceso sin fin. Las respuestas llegan dependiendo de quién eres. Te dirás que hay sentido en dios, te dirás que hay sentido porque sí o te responderás que no lo hay. La primera de las personas huye de la sensación, la reemplaza por otra mucho más placentera, una que da bienestar y te cobija en las noches frías; la segunda puede que tenga razón o que no, no lo sé. Como yo lo veo responder de esta manera también es huir, es tomar lo general de la pregunta y minimizarla a la existencia de uno, no creo que sea una respuesta verdadera. Por último está la tercera. Cuando se responde que no hay sentido en la vida la sensación no se va, como puede que suceda en las otras, al contrario, se hace más y más latente y es que dar esa respuesta tiene mucha trasendencia, la cual en principio puede pasar desapercibida. Al responder de esta manera la sensación se vuelve un para qué entonces. Para qué vivir si no hay sentido. Para qué hacer esto o lo otro. La tercera de las preguntas es peligrosa precisamente porque lleva a la no existencia. Suicidio.
Algunos eligirán esa opción. El suicidio por la falta de sentido de la vida, otros, como yo, seguiremos viviendo con la sensación. Esperando más momentos de opio, hasta que de un momento a otro dejemos de ser espectadores y entremos al juego de la sociedad. En ese momento estaremos demasiado ocupados para preguntarnoslo y pronto la sensación desaparecerá.
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