Un pequeño agosto

Eran las tres y el naranja del sol arropaba a todos con su calor. Las brisas de agosto habían llegado y a un niño por fin le compraban su primera cometa. La felicidad tenía forma plástica y cola de tela. Al llegar a casa el niño feliz le informó a sus vecinos sobre su nueva adquisición, les mostró su cometa y luego le dijeron que la volarían. Nuestro niño feliz no sabía manejar esos aparatos, los había visto elevarse en manos de otros niños duchos en el arte de volar cometa, pero él nunca nunca lo había hecho. Cuando le decían para hacerlo con las cometas ajenas él se negaba por miedo a que se quedara enganchada en un poste y tuviese que reponerla, pero ahora no había miedos: TENÍA SU PROPIA COMETA.

A la tarde siguiente el niño feliz y su vecino de unos 15 años subieron al tercer piso de "segundacasa", el joven Diodangel (sus papás eran supremamente cristianos) tomó la cometa y el hijo y la aventó al aire, mientras que la halaba por medio del hilo y soltaba poco a poco. Era un proceso largo y tedioso, pero nuestro niño feliz lo observaba con asombro, ¡era el milagro de volar! Halar, solar el hilo, halar, soltar el hilo. Pronto la cometa estaba encima de la casa de los vecinos, nuestro niño feliz no podía creerlo. Se sentía el dueño del avión, aunque no pudiese pilotearlo. "Oye, préstamelo, yo la vuelo" pero Diodangel siempre le contestaba con negativas, le de´cia que se le podía ir de corte, que esperara a que se elevara, que esto, que lo otro. El niño esperó al lado del joven mientras observaba como poco a poco la cometa surcaba el cielo de las 4 de la tarde y de un momento a otro escucho palabras que le aceleraron el corazón: "toma". Sacó fuerzas de donde no las tenía y tomó el hilo. Sintió la tensión, pensó que tal vez el viento se lo llevaría con todo y cometa y del miedo le trató de pasar de nuevo el hilo a Diodangel, que no se dio cuenta y la cometa se fue volando para nunca regresar jamás. Nuestro niño feliz ya no lo era tanto y un "para eso pides que te compren las cosas" lo terminó de joder.

Nuestro niño no volvió a volar cometas. Tampoco volvió a sentirse así. Pero ese momento se quedó guardado en su mente, hasta el día de hoy, en que bajo el cielo gris y las olas de la playa busca sin fortuna a sus amigos.

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